Que me detenga aquí.
de Mar matinal, de K. Cavafis
Para salvarle la vida,
le arrancaron la voz de la garganta.
Lloró
sobre su pequeña maleta de ropa y papeles personales,
lloró
sobre su identidad perdida,
enterrada en esa maleta de cuartos y burdeles, y aceptó
el viático1 a la nada,
1prevención, en dinero o especie, de
lo necesario para sustentar el viaje.
más modesto que el de cualquier faraón olvidado,
pero igual de inútil: solo mágicas palabras y aceite en las manos,
impuestas por quien cree penetrar lo arcano.
Cayó Cavafis, en el último erotismo de la sábana
junto a una fila oscura de cirios apagados,
como bellos cuerpos de jóvenes muertos,
como algo sagrado a lo que te acercas adorando,
así fue lo que creyó ver Konstantínos sin poder nombrarlo,
entre visiones de mar y tinieblas,
porque el aire que su pecho exhalaba, encontró el tajo
antes que las cuerdas,
desterrando así, un ah, y un oh en la página muda, y blanca.
He aquí la estatua de la muerte, su fotografía o palabra.
He aquí la tumba del poema,
de la ficción, el placer.