Un negro ojo en la costra de hielo de una ventana.
(…) Una vela ardía en la mesa. Ardía una vela.
El doctor Zhivago. Boris Pasternak
como de mi mano nueces
—como un caballo uso los labios—
estoy con Vladimir junto a la ventana,
a medianoche y
escuchándole
me extasío recordando las hogueras de Octubre
en la plaça d’Urquinaona,
en aquellas noches en vela frente al televisor
en que mi padre iba y venía de la demencia,
y yo salivaba la locura
tengo los ojos abiertos y, sin embargo,
miran hacia adentro
al pozo impuro al verde cenote,
y soy una lucecita que desciende ese espejo
colgada como un hilo yonqui
—los ojos pintados corrida la mirada
ebria de violencia y eco—
nada cerca mis manos, salvo
murciélagos desdentados que se asustan
del ruido de mi pensamiento
en esta soledad en este vacío
—¿quién sostiene la cuerda!
¿quién sostiene el poema!—
solo resuenan las tripas de la humedad,
el ritmo digestivo de la caverna,
y espantados ya los vampiros
veo en el aire el polvo de las nueces
—ese del fondo de la bolsa—
suspendido
cayendo de mi boca en la lengua de luna
Vladimir,
creo que no podemos esperar nada
que nada vendrá a hacer un upside-down
un patas arriba
un sin dios,
que por mucho que corramos
solo llegaremos al mar
ante la gran estatua blanca,
que todo no es el problema
que el problema somos nosotros, Vladimir,
por eso no podemos esperar nada
tú que oliste la pólvora de cerca,
que tocaste con tu mano el fuego
dime,
¿ya conociste el paraíso del ser?
¿lo atravesaste quizá en aquella bala?
y tal vez me dirías:
cada uno de aquellos momentos dispersos
en que mi cabeza bullía
era un contenedor de reciclaje ardiente
verd a la Via Laietana,
a medianoche,
superando al Sol y a las Estrellas,
superando a la Vida,
devolviéndonos el olor de lo que somos,
síntesis de noche
y ecos del pasado,
escatología