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sin título

—ni esperanza—

he deseado matarte, princesa,
clavarte mi alma entre las vértebras desnudas
y abandonar tu cuerpo lánguido
en el sucio descampado de tu gran ciudad

allí esperarías tranquila,
como solo espera la muerte,
el tiempo de la verdad oscura,
esperarías el beso viscoso del sapo
y su amor verdadero,
esperarías al gusano desflorar tus ojos de metal

solo entonces, princesa,
comprenderías el sabor de la vida y el suelo
la verdad de tu estatuaria libertad,
solo entonces verías, desde el lodo,
la maldad de tu existencia
la miseria de tu familia y tu espejo
los sillares podridos de tu castillo
la seda criminal de tu bandera
la insuficiencia cretina de tu pensar

he deseado matarte, princesa,
sería hermoso, como un poema,
tan hermoso como inútil es soplar al viento,
un caracol besaría tu boca abierta
y en tu lengua moriría envenenado,
y sus huevos, sobre tu escombro,
no nacerían jamás