El residuo dejado por la excitación1 es el poema,
el desgarro de una verdad inevitable,
el signo que anuncia el apogeo de la palabra,
el encuentro fortuito en un sucio espejo
velado de educación y juicio que,
desnudo, sea su propia aniquilación en un silencio
un movimiento que solo nace del luminoso deseo
de una revuelta,
la ceguera del odio, el rasgado de las telas, la muerte pulsante
—no es de amor de lo que hablo, es de ausencia—,
lo que sintiera el cadáver en la tierra, la eterna difusión, sí,
eterna y lenta de su olor
superando su propia consciencia, su palabra, su voz
de larva, retórica de la realidad
base de todas las servidumbres.
Que por un momento sea superado, disoluto,
deslumbrado en la turba,
que yo mismo sea turbado y pisoteado en la necia palabra
del horror.
Nada te alcance poema,
que tú no alcances sin dolor,
tierra sin tesoro, inclinada ante sí misma
agitada tierra en su renacer sin nombre contra todo lo
ideal,
en este castillo de naipes, cándido y ligero, que
llaman vida.
No se trata de acariciar el amor,
sino de romper el velo. Que nadie te reconozca, arrastrado
por el movimiento, tú,
el primero.
1 la poesía que no se compromete en una experiencia que supera la poesía (…) no es el movimiento, sino el residuo dejado por la agitación. De El culpable, de Georges Bataille. Esta cita, así como el espíritu de este poema están extraídos del capítulo La repugnante sentimentalidad poética, del libro Georges Bataille, la muerte obra, de Michel Surya.