a Leopoldo María Panero,
cenizas del aire.
Más que declamar versos, dicta sentencias, dice el cronista1.
Jardín de palacio —donde yo vivo, siempre es un palacio2—
donde las huellas se confunden con la saliva,
insectos y pájaros, y diálogos de la flor
en que su voz es una nube,
humo en la estancia, fantasmas del televisor,
fructífera selva donde cantan y fuman las mujeres.
En la noche, se interroga al verso,
es el acto de un imposible diálogo con el otro,
declarado desierto es el yo
en que la flor se desnude.
El día después, como previamente en el Edén,
el humo es todo lo que el hombre sabe de la vida,
eso, y el silencio que todo lo llena. La voz interior.
Una vez vaciadas las tripas,
apoya su cabeza en el regazo de la mujer,
en un banco del jardín envejecido antes de tiempo.
Libros, poesías, cariño de la última ocasión
que le cae a uno enfrente.
Contigo muere el hombre. Somos todos los malditos.
1 De El contorno del abismo, de J. Benito Fernández.
2 De Luces de bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán.