Pompeya azul que desprecia el Sol,
cuerpo abatido en la penumbra
ojo inútil,
rostro inconcluso contra la pluma,
y arriba
solo siluetas, luciérnagas, fantasmas,
vestigios de sí, luz
plateando mi piel azul violácea
en la seguridad del abismo,
la mente profunda que rige la caída,
en el tenue fondo,
a tientas, escribe en la arena
sulfuro y metano blanca nube de polvo,
agujero caliente que escupe la vida
seres transparentes callejean,
y somos solo palabras
huellas de lecho, signos que se arrastran
en el sueño de una blanca alborada
cada noche en la planicie,
y cada día al amanecer, asciendo,
y la nieve marina cae en mi boca
—azúcar a cambio de esperma—
exigencia de vida en esta fosa
vibran las estrellas en su cielo albino
las errantes colinas del océano medio
y mi cuerpo pulsátil,
quimera de los días inciertos,
es plomo fundido, y vapor ausente
como hueso limpio de museo,
como palabra que cae del poema al suelo,
a la boca de otros,
mi rostro imperfecto mi acento imposible
mi mano impotente
conoce el alimento que soy,
sustento de la mirada que araña esta página
bajo los focos eléctricos de la aeronave