Veo cada día la fila de jovencitos y jovencitas, y adultos también, a las puertas del comercio que vende pollas pa’chupar con chocolate. Veo las sonrisas aleladas, su pueril gesto que habla: ay, me atrevo a tanto con mi nueva libertad. La estupidez nutrida y cosida en la manada, ante la tienda-dinero que alimenta el fascismo viejo de los media nuevos, en un barrio quizá alguna vez marginal o disidente y, ahora, bandera de una modernidad enfalotada por el capital. (…) Y me pregunto por qué Bataille no incendió la biblioteca de Orleans, y como una nueva santa augur ante las volátiles cenizas de una cultura decadente, de una vez por todas, igual que Mizoguchi ante el Kinkaku-ji abrasando, con ojos grandes como manos de ciego, formó entre los dedos el humo la palabra Belleza, hasta desaparecer lentamente ida y convulsa, pérdida.