Con un silencioso silbido,
similar a un suspiro resignado,
el aire abandonó el interior
de la escafandra.
de Solaris. Stanislaw Lem
tras el sueño y lo que dejó
Un sueño, cualquier sueño
al trasluz de la página, la espalda o el cuello,
en esa estela pintada con la mano
de un niño,
tatuaje de un pétalo que cayera al libro
como piel muerta de mi nombre
ahora puerta, y cortina
trasluz, dice,
que cada noche,
como el calor o el empeño de un mar obsesivo
deshila esa memoria, y los cuerpos emergen
velados, y apenas rozan los ojos
de un brocado fino
o un cuento inundado, o un espejo defectuoso,
chapitel del dolor, la nostalgia cohibida,
oh dramático atisbo del olvido, que aflora
tras el perfil de tu cuerpo y tu nombre, con el sol,
encendida aurora.
—¿son historia o errores de interpretación?—
Solo el azogue me hace posible, —mercancía, no—
entre una sombra y otra de la palabra.
Uno no sueña con nadie,
uno solo se sueña,
errático, inestable, volátil, como una fotografía
en un lago,
emulsión de mercurio,
oh, cercanía de Solaris.