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Glissando



Yo, suspendido en el lenguaje,
consumido como piedra que flota fuerzo
un presente desplegado,
una memoria infatigable que lucha con los hilos y el canto.

            Del teatro de la vida
y mis manos dormidas
apenas surge la senda, la línea, la frontera,
y el cuerpo cae y abruma el lecho
alterando la fábula del poema.

En la inmensa noche de cualquier día
creo reconocer, entre sábanas blancas y piel fría,
los restos que otro dejó.
          Me parece leerlos (oírlos)
como se agita un oráculo
o remueven los posos del té. Los leo con fe
de creyente en el vacío y su eco.
              Proseguir,
consumar ese mosaico de invenciones y desvaríos
en domus sotana,
como si tuviera sentido la evocación de su ruina en mi espejo,
de su lamento, fantasma,
o el cuchillo de su ágil mirar en mi pupila.

Y meto los dedos entre las capas de su cuerpo,
no soy más que una veta —dice,
por ser origen y memoria, fuente y remanso, y
me arrastro en un mar de contradicciones
en un proceso de transformación sin fin insecto:
                     una u otra,
todas las elecciones me harían feliz y sombrío.
                    Todo se aleja
según se acerca, y en la página se dirime
un acuerdo que la mano apenas viste
entre los pliegues del lecho y el poema.

Hay un glissando, no un vacío, —sí un motor en la noche—,
entre lo uno y aquello.

Siguiendo el poema Yo, suspendido en el teatro... de Perfecto fuego, de Eduardo Hervás.