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El cero de dios

—crítica de cine—

Donde los desesperados rinden pleitesía a los dementes
con un amor incestuoso y puro
y cometen un acto de parricidio,
              en las calles mojadas por la lluvia
lugares nocturnos como el pensamiento vivo,
un hombre es urgido a enfrentarse a su pasado
en una escena más emocional que estética
—intensa música sumiéndole en el silencio de las farolas—
en medio de ningún lugar. La niebla.
                Atenazado por la parodia
bulliciosa de la conciencia,
el geométrico encuentro es un cliché que,
no por eso, es menos cierto.

Abrazo con entusiasmo esta reflexión
de un mundo que ha perdido sus amarras y
cualquier punto moral,
          claves de un utópico panteón de la vida,
uno se levanta del suelo,
se sacude el polvo y
yendo hacia esa vida
quisiera asesinar al señor, bellamente feudal, envuelto en la niebla.