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Einbahnstrasse

Hace tiempo que murieron los perros,
que soltaron sus dientes la sombra de mi carne.
Donde estuvo el hombre ya no queda nada,
y el santuario es ahora, pájaro ido,
imagen asolada hasta la planta,
espejo de lejanía que al poema torna
ceniza derramada en la frente, descompuesto arco
e iris en los tersos humores de un despojo.

Sin embargo,
he visto esas manos en otras manos jóvenes,
y afines labios indolentes en copias digitales
de un pasado en que nadie ya se reconoce.
Ese extremo horizonte de sueño impropio,
esa calle de único sentido que amarga conducía
al pedestal de tu nombre,
piedra inhabitada en que ahora corren lentos salicores, y
palabras llevadas por el tiento y la fortuna
al sombrío museo de esta estela sin flores.