Desprovisto de sentimentalismo, puedo admitir
cualquier golpe de fortuna, contra lo verosímil o la cabeza de un príncipe.
Puedo presentir, lejos, el placer,
el mágico efecto de una leyenda que no conozca,
o una experiencia que no viva
aprehendida en el delirio de otros:
expresar un bosque, un ballet de viento y una sierra mecánica fingir,
su milagroso fundido en la crepuscular página,
y en la última línea del alba
yacer.
Una línea, una vibración,
—no encuentro nada mejor que el incienso para expresar ese momento—,
la sobreexcitación de una débil cabeza, fósfora1 que remonta a las alturas,
y me afana, me inflama en las pinturas y
en la música, como un sablazo de la hoja en mi vientre
innoble, cobarde, desmedido. Esa es la huella y esa es la sangre que circula
—decidles que trabajo en ciertas lagunas de limo—.
Parca hora me deja el verano,
una debilísima noche estremecida, escasa hora de ceguera,
y el pálido ángel nuevo2 del espíritu en el papel,
como una virgen destinada a la expiación, ¿rima acaso noche
con encaje? Balbuceo en el bolillo.
Puedo en las fiestas, vencer al brusco mandato,
la dispersión de la palabra y la danza del cristal y la viscosa seda,
su idílica inocencia humillada por el azar líquido de los reflejos,
y una sonoridad que fractura el velo de su ficción.
Luna estremecida de nuevo,
cuerda para mi cuerpo que, en su apogeo,
evidencia la base del verbo (verbo que no es más que tensión,
brillo, a fin de cuentas, chasquido),
la solitaria presencia en el ojo, de un tajo, un santo de El Greco lloroso,
de una delicadísima vibración,
un discreto drama y un motivo de júbilo para no designar sino
al poema,
una fruición vana, desnuda como un cadáver que duerme inconsolable,
borrado por la luz,
parcialmente completo, reducido a voluntad de naturaleza,
bajo una leve tutela de dioses descuidados3.
1 fósfora: neol, por fósforo. Cabeza de fósforo de la cerilla. Etim. lucero del alba, portador de luz
2 Una leyenda talmúdica nos dice que una legión de ángeles nuevos son creados a cada instante para, tras entonar su himno a Dios, terminar y disolverse ya en la nada. Walter Benjamin. Decía que así sería el ángel de la historia (basó el desarrollo de esta idea en la pintura de Paul Klee, Angelus Novus, que compró): este ángel ve una única catástrofe que amontona ruina tras ruina y las va arrojando a sus pies. Él no puede hacer nada, pues una tempestad llamada progreso le empuja hacia el futuro, de espaldas. Él es un testigo. Toda la creación no sería más que parte de esa catástrofe, esa ruina. Curiosamente, el producto del choque de partículas en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC), son apariciones instantáneas de partículas nuevas que inmediatamente desaparecen.
3 de Odas (XIII), de Ricardo Reis (Fernando Pessoa).