A Fernando Zóbel y Roy Earle
como un cubo de agua sobre la vida,
un cubo de agua después de fregar
sobre la vida,
sobre un instante de la vida
—así son las decisiones, violentas—
suma y conjunción de lo vivido,
de lo recordado y lo perdido,
desvanecerse sin desaparecer
como ese puente de metal que cruza el río,
arriba, reemplazando a las aves y las nubes
y caer, o ser caído —me muerdo el dedo
para no poner una h a esa o—
y la sangre
colorea el puente,
sangre de la alianza eterna entre mi carne
y mi frente casi blanca, casi más negra,
de ese lienzo de lino que ya fue pintado,
coagulados despojos, miradas y ciencias
sobre mi cuerpo en mudanza,
transido del pensamiento que ahora y aquí
esta imagen carga en la tinta
de una esperanza que nunca ha sido enseña.
Escrito tras ver la pintura de Fernando Zóbel, El puente, de 1984. En ese momento desconocía que esa fue su última pintura.