al decirlo, y aún más al escribirlo,
estoy hundiendo el cuchillo en mi boca
como en un circo en que
yo soy el animal,
en un claro de la página,
la emoción y la sangre me enerva
y convierte mi rostro en un glande
de metal
en el límite de la expresión
cuando el agua ya rebasa el cuello
y empieza a ser traganto
comprender, incluso en mi cobardía,
incluso en mi delectación y
cursilería, en fin,
en mi ingenuidad,
cómo se descompone cualquier verdad
tras el sacrificio en el papel,
cómo esa emoción, pureza del dolor,
se diluye en la nada ausente del otro
para solo un juicio u opinión,
como si cada palabra no fuera más que
una espina clavada en mi garganta
que debe ser expulsada
para no morir asfixiado
si el cuchillo no alcanza
aquí,
en un claro del bosque de Saint-Germain-
en-Laye
entre hayas y robles,
des—com—po—nién—do—me
y en la mano
el papel