qué dulce el pájaro alcohol
qué clara la noche que encierra
qué lejos las estrellas
y la duda de mi paso de ensueño
—tú siempre enigmático, rapel,
—tú siempre bella, rafaela
amanecen los pijos pardos
del casino popular,
estreñidos de sí mismos y ceniza
agotando fiestas clandestinas
donde consumen niños y golosinas
bajo el silencio del trabajo
sepulcral
sueño degollar a los socios
en la calle, sobre la piedra policial
donde mueren suicidados los camiones,
y sus cuerpos de gala arqueados
mirando al cielo,
medias lunas y champán, rosé,
ceremonia roja
la noche de gala y alguna estrella furiosa,
algún anhelo fugaz,
y abrir sus cuerpos con una palabra,
con una sola palabra
arrancar sus corazones bajo luces fernandinas
y dejar caer la sangre calle abajo,
—un rastro—
bajo el armani y la chanel
bajo ese olor a azufre que solo tiene
el casino popular
seguro disfrutarán
ver su trabajo sobre la brea por primera vez,
ver su alfombra roja sobre el asfalto
su espuma de hematíes
como nube de krill enferma
como carpa de circo abandonada,
y un montón de corazones palpitantes
como seres temblando en pateras
un muñeco de nieve roja que tirita sin piel,
sin ojos ni mirada,
una hoguera de solidaridad pira
inútil, sí
justa, sí
oh, dadme la palabra, dadme la palabra justa,
mañana la misma mierda
sus hijos empresariales
sus políticos familiares,
y yo
como un ebrio chamán de ira
como un niño enloquecido de leche
y así cada noche, todos los seismos,
todos los venenos,
en garajes y portales,
en hogares y oficinas de clase media,
esperando que una momia envuelta en té
anuncie la buena nueva