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Cariátide como castigo

—oh mecánica melancolía—

una pila de excrementos es
un bufé libre para muchos españoles,
dice el documental de la2,
[a ver, eran insectos coprófagos, pero vivían por aquí]

alégrame la tarde, amor,
haz que me sienta íntegro y solidario,
dispara con tu pistola a mis ojos blancos
una abuela pisoteada por un soldado
o un niño de rojo podrido en la playa
a cambio de mi suscripción,
—la descomposición sería más rápida que la vida
si la vida no fuera descomposición—
pero, qué bonito es tu logo amor,
tu derecho romano, tu democracia de esclavo
tu uña cortada tu mirada, y tu diente rubio
como Troy Donahue

[leído con lentitud]
las fauces del lobo hieden a carne resabiada,
cuando el hombre desconoce quién es el otro

digámoslo así:
lamentaría sinceramente ver
a los niños de mis vecinos devorados por lobos

lobos devorados por niños,
clausura caníbal de una forma de vida, fácil copia con pérdida,
insignificante onanismo del ser mutilado
que perdió sus brazos y ganó tu amor,
—ojos en blanco—
el núcleo familiar y la débil fuerza que lo une
con su radioactividad, en el aire, para ti y para mí,
cantaba Ralf Hütter, envuelto en mecánica melancolía—

escapo por la ventana del silencio
de la guerra plana y led
a la tensa guerra del silencio en las aceras
bajo el olor de la lluvia que así
anuncia su llegada,
—algo cercano, ese olor, a la pureza del instante—
y espero parado su decisión temporal
haciéndome el invisible o el muerto
—o el interesante—
como una cariátide para la eternidad,
ignorándome o haciendo que me ignoro
¡qué loignorito más bonito!,
decía con el vaso de whisky en la mano Eugenio—
como un gazapo perdido en el Ulises de la vida
o en el agujero negro de Alicia
o en el retorno al pasado
o en un no-lugar,
como el jardín venenoso del amargo.

[sala de espera]

veo a Alex DeLarge mirar fijamente el remolino
que la corriente forma en el río… (Támesis supongo,
porque
me trae a la cabeza la música de Benny Hill
y sus correrías),
mirar, digo, fijamente el gif animado de la infancia,
un tenue regato en mi cabeza
y los ojos blancos fijos en el giro
de un tornillo infinito,
¡Mírame a los ojos!, me decía Magín el Mago
Chí, le dije yo

ayer escuché que Jesucristo era Baco reciclado,
que comparten aureola, una luz en la cabeza,
o, al menos, bebieron de la misma teta
en el Korova Milk Bar
Leche Plus,
—por cierto, Anthony,
tú sabes que el capítulo 21 es una estupidez,
no hay redención posible para un jugador de cartas
ni para un torturador de seres
ni para un poeta,
Gee!, ni para un tipo normal
—chacharea Quilty entornando los ojos contra la barandilla—

tú sabes bien
que todo lo que queda de Baco, de Jesucristo y del siguiente
es una máscara sola, y blanca,
una máscara colgada en un muro
que dice ante la nada: ¡ah!
y ¡oh!