ante el cadáver (no) de la poesía.
El absurdo
—no el horror, como dijo Kurtz—
el absurdo tras la puerta
un letargo de colores
fríos en el lienzo
silencio sin respuesta —sol en la ventana—
Apenas la llave ante el ojo de la caída
el rastro azul, y morado
presunción de las horas
perdida la analogía
el nombre, y ser
el agudo temblor en la nariz
pegada al rostro
—el polen visitando otros cuerpos—
μὴ μoυ ἅπτoυ1, no soy cierto no me retengas
esporas azules, melíferos posos en la boca de la razón
la carne engulle los ojos
cerrándolos como anos
es absurdo preguntar quién eres
—la risa nerviosa ante el absurdo azul
los músculos involuntarios, el corazón—
frente al Tótem de la Vida
¿quién soy, o, mejor, qué soy! —absurdamente
pregunto—
la flecha del tiempo siendo reabsorbida en la materia
del bosque del que partió
arco que se curva y cierra,
el dulce azúcar de los días
tiembla, golosina caníbal
—una carcajada cortada a cuchillo, convulsa—
la espesa niebla de la huida. Azul2,
el sabor en los labios.
1 gr. no me retengas (me mu haptu) en el original griego que dio lugar al Noli me tangere. Palabras de Jesucristo tras la resurrección a María Magdalena: a partir de ahora nos relacionamos espiritualmente, no físicamente.
2 Azul: el más profundo de los colores: en él la mirada se hunde sin encontrar obstáculo y se pierde en lo indefinido, como delante de una perpetua evasión del color. De Diccionario de los símbolos, de Chevalier y Gheerbrant. Herder 1993.