MERIENDA SILVESTRE
Agostado en la pradera como musgo rojo,
voy al encuentro.
Este ramo que traigo,
abierto hacia lo inimaginable,
transita un paso subterráneo en el dominio familiar.
Son, eran, hierbas vulgares, como yo,
de esas que hacen sombreros rústicos.
Pero pesan mucho, lo inconcebible es masivo,
y su sola presencia me vincula al suelo
como una bola de preso verde.
¿Luchar? Prefiero dejar,
abandonar mi falsa solidez a la merienda silvestre1:
soñar la total libertad de la muerte y volver allí2.
De mi resto debilitado, de mi último vigor,
emerge un vórtice de hojas largas y flácidas,
la cruz de este sepelio,
un vórtice engendrado por el esperma que fui
y que guarda, grano a grano, el olvido que soy.
Su hongo fulminante se esparce por la pradera
de lo que un día fue mi templo,
y siento un escalofrío verde que me separa
y una onda de choque que rebosa en mi boca.
Luego, en silencio, las estrellas giran.
Sin embargo, me pregunto
cómo abandonar mi nombre si es quien habla.3
1 Referencia involuntaria a posteriori a "El almuerzo sobre la hierba", de Manet. Aquí, el desnudo soy yo.
2 ¿La madre?, ¿la madre tierra?, ¿la nada?
3 En esta teoría de la desaparición, de la fusión, su término es el silencio, y éste no habla. Actor y espectador a la vez.