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La luz que cesa

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LA LUZ QUE CESA


Oigo la Noche llegar a lo lejos
en la última luz de un día que se apaga,
como un cerdo que olisquea las sobras del banquete1,
caigo sobre mí para acabar de negarme.

En este paisaje tornasolado
la hierba me vela con su última sombra
y soy animal decapado, piel viva
que confunde el envés de la hoja con la nube.

La oscuridad avanza por mis muslos
como una gran hoz abierta que siega el campo,
barriendo la sal del día que se funde en mi cuerpo
hasta el color de los huesos.

No es personal, ni deliberado,
es la indiferencia de la luz alejándose al galope sobre mi pecho,
desnudándome de su lino blanco,
dejando sobre mi tez el rubor del crepúsculo.

Un escalofrío como un grito precede a la Noche;
luego, la inflación2 del silencio inundará mi cráneo,
la cámara anecoica3 de la locura,
y quedaré mudo como una silla en un desahucio.

1 Esa última luz son las sobras del banquete luminoso de la vida.
2 La inflación cósmica es un conjunto de propuestas en el marco de la física teórica para explicar la expansión exponencial del universo en los instantes iniciales. Aquí, el silencio llegaría a esa supuesta velocidad inundando todo mi pensamiento.
3 Es una sala diseñada para absorber en su totalidad las reflexiones producidas por ondas acústicas o electromagnéticas. Dentro de ella, nadie aguantaría más de 45 minutos sin volverse loco por la tensión de escuchar el silencio o, en su caso, pues el cerebro busca fuentes de sonido continuamente, los sonidos biológicos de su propio cuerpo, su propia corporeidad.