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He extendido mi horizonte

—siguiendo Castilla, de G. Carnero—


      Extendido mi cuerpo hasta el muro de la piel, y horizonte,
en el cielo de la noche hallé
un bosque alucinado.
         Candentes plumas caían,
revoloteando,
hasta hincarse en la tierra como serpientes de seda o
luz descuartizada
que mis dedos luego tocaron, ciegos,
como ante espejo de sol.

      Demasiado sol, demasiado cerca
y el cálamo1, florido de mimbres, estrellas y versos,
de máscaras ahogadas en un aire de púrpura,
de un rumor de pisadas que en la sangre abierta yace,
y canta.
    Yo lo he buscado, bajo estos ojos.

      He extendido mi cuerpo contra los nombres polvorientos
gritando entre las telas, levantando en la noche
la espada, las voces impasibles
de lenguas de mar y tierra, y los pájaros, lejos.
                   He tocado
con mis dedos el ancho río
del vago cuerpo del quijote, ido, en el despertar de unas luces,
y cuarteado, he lamido
su esqueleto.


1 cálamo: flauta antigua. Pluma de ave o de metal para escribir