Extendido mi cuerpo hasta el muro de la piel, y horizonte,
en el cielo de la noche hallé
un bosque alucinado.
Candentes plumas caían,
revoloteando,
hasta hincarse en la tierra como serpientes de seda o
luz descuartizada
que mis dedos luego tocaron, ciegos,
como ante espejo de sol.
Demasiado sol, demasiado cerca
y el cálamo1, florido de mimbres, estrellas y versos,
de máscaras ahogadas en un aire de púrpura,
de un rumor de pisadas que en la sangre abierta yace,
y canta.
Yo lo he buscado, bajo estos ojos.
He extendido mi cuerpo contra los nombres polvorientos
gritando entre las telas, levantando en la noche
la espada, las voces impasibles
de lenguas de mar y tierra, y los pájaros, lejos.
He tocado
con mis dedos el ancho río
del vago cuerpo del quijote, ido, en el despertar de unas luces,
y cuarteado, he lamido
su esqueleto.
1 cálamo: flauta antigua. Pluma de ave o de metal para escribir