TEMPLO CONFUSO
En el templo, la carne es expulsada,
escurrida hacia afuera
por debajo de la puerta.
Junto a las pilastras
se amontonaba como escoria del viento
para anquilosarse en tensa cariátide
atada a su propia gesto.
Nada que decir,
penada carne de piedra.
En el templo, un solo centro, oscuro
inicio y fin de todo,
negación del ornamento que centrifuga
toda la banalidad,
costra de la vida, hacia su limbo rotatorio.
Y en ese centro, un silencio negro,
perfecta esfera amniótica que un día se romperá
en el dibujo o en el poema,
sea siquiera una mirada involuntaria, o
entre las manos del arquitecto ciego como idea,
se romperá.
En el templo, reside siempre
su propia negación, su acabamiento,
la escenografía sola de su abismo
que se esconde, y regurgita, sin fondo,
sin tiempo, incluso sin nombre.
Porque
nombrarlo ya es negarlo, y negarlo es
decir verdad.