volver arriba
Volver a galería

Real Casa de Vergajos

Real Casa de Correos Puerta del Sol

REAL CASA DE VERGAJOS



“Al final, como un regalo te escupiré mi nombre al suelo.”
LEOPOLDO MARIA PANERO


a todxs lxs que nunca verán su dignidad reparada
en el país de los conejos





cuando me recibisteis en vuestra casa
me esperabais en pasillo
y con afecto me golpeasteis con porras,
vergajos y puños americanos,
patadas y puñetazos me regalasteis

el calabozo era frío y oscuro y
madrid estaba en fiestas,
la virgen, el niño y todo eso,
los reyes también,
olía a orina el calabozo como
si las paredes estuvieran vivas y muriendo

no recuerdo cuantas veces subí y bajé
desde la celda en vuestra casa,
no sé qué hora era ni si dios había nacido,
sé que estaba perdido, desubicado,
como si viviera dentro de una ballena

a veces, un tal billy, me confundía con un saco,
y daba clase de kárate sobre mi cuerpo
para deleite de los funcionarios
—billy condecorado aún en democracia,
un señor bajito y calvo, seguramente impotente
y católico—

introdujisteis mi cabeza en aguas nauseabundas,
negras de vuestras meadas y escupitajos,
hasta casi morir de asfixia,
hasta perder el conocimiento y ver,
delante de mis ojos cerrados, un ciervo muerto
galopando

debilitasteis mi cuerpo con agua fría
donde ya era mucho frío el invierno,
me negasteis la comida pero no el insulto,
me negasteis el agua y la sed
de justicia, me negasteis a mí mismo

me colgasteis por las corvas de una barra,
desnudo como un perro en un árbol,
para mejor golpearme el culo y los genitales,
y apalear en las plantas de mis pies
todos los pasos de mi vida,
durante meses oriné coágulos de sangre

me mostrasteis desnudo queriendo humillarme
como si la ropa no fuera mayor humillación
o negarme el aseo y el váter,
a mis compañeras la menstruación,
y me enseñasteis la ventana
por la que lanzabais las almas al purgatorio

y en el último día, recuerdo,
me disparasteis en la cabeza
un ruido sin piedra,
una bala de fogueo y una cascada de risas
hizo temblar el calendario guarro
ante mi derramarme en el suelo

hoy que ya no existo,
paseo alrededor de vuestra casa,
miro las ventanas, los ventanucos, y sigue oliendo a orín
ahora de vuestra juventud alcoholizada,
veo la cola de familias para asistir al belén,
—campanadas de belén—
y sus zapatos a la altura de lo que un día fueron mis ojos,
veo al señor guardia civil, gordito, imagino que calvo
enroscado a su sombrero,
y veo
las luces de la navidad palpitantes
como la bombilla desnuda de mis desvelos

veo la inmensa condecoración
que es este edificio putrefacto para un alma
aún no dormida,
un alma que conserva en su rostro
las quemaduras de vuestros cigarros,
como el costado y la frente de un cenicero de plástico;
y al final de mi paseo, como un regalo,
escupo mi nombre en vuestra alma,
yo, que ya no existo ni en el olvido
ni en vuestro purgatorio,
yo, que soy nada