PARHELIO
I
frente al vello de la charca,
su corta falda se mece, abierta
sapos, ánades y corzas asonan la tarde,
sus pies desnudos
precipitados sobre los terrones
ahora se hunden en el barro negro, y rojo
—la blanda carne—,
el viento ausente, permite oír
el murmullo de sus tobillos entre los espinos,
…. el atardecer herido …
—sí, el atardecer —dijo ella, encendida,
—indudables bestias lamen el sudor de mis axilas
y moscas de la miel liban mis corvas,
soy parte de esta devoción,
soy………………., asolada
II
a lo lejos, quizá no tanto,
la luz de un dios decadente se filtraba entre los juncos
vencidos por la ausencia del viento
—imploraban un deseo—
y el tapiz de negra tierra roja encendía sus bragas,
blancas
—la mano del dios cubrió el algodón de su sexo
en un resplandor—
ramas secas y zarzas marcan sus brazos y piernas
como cuerpos del sacrificio
—jadeaban su pasión—
III
se detiene,
baja sus bragas y se acuclilla:
y se abrió un silencio como de tumba olvidada
entre los labios
y moja la tierra, árida faz de dios, sol y madre
de piel dolorida y ciega;
mientras su coño, violento y joven
aporta su dulce polen a la laguna negra, y roja,
todos los juncos se alabean como girasoles
y siente en sus ojos la curvatura del horizonte
el peso de su cabeza
IV
y así llegó la noche,
y siguieron tres días y tres oscuridades
de soledad, de cielo emplomado y viento del norte,
y animales arrobados y ateridos
juran haber visto dos soles,
uno rojo y otro negro que entre sus muslos lloraban
a lo lejos, quizá no tanto,
juraban haber lamido esos muslos de sal arañados
contra el frufrú de sus calcetines de niña
y haber vislumbrado en su vello púbico
carrizos y algas
V
porque
—soy el vello de la charca,
soy la corza herida que tiembla,
el ánade estallado en plumas de aire
el sapo que te repugna en la boca…
ya ves,
soy dios atado a los juncos —dijo ella
a lo lejos, quizá no tanto