estoy tumbado sobre tu huella
sobre el peso de tu cuerpo en la cama
—esa huella seca que deja la lluvia
y que poco a poco desaparece—
y miro en la penumbra el mismo techo
como solo se mira el cielo,
desde tu nombre
en tu mismo espejo encuentro mi cara
y en mi cara la tuya, padre,
me lavo la cara en tu agua y
meso mis cabellos con tu peine
—me veo hacer el mismo gesto—
te miro en mis ojos sin comprender,
sin querer comprender,
sin ni siquiera verme ni verte
más allá del azogue del pensamiento,
cómo desaparece la imagen del espejo
oh padre, hermano hombre
desubicado que nada quiere,
recuerdo tu cráneo bajo mi mano
el último roce de mis ojos y
darte la espalda en aquel pasillo oscuro
solo soy feliz cuando pienso que
se cumplió tu deseo único:
trascender este valle de lágrimas
este corral nublado
este amasijo de hierros que llaman vida
y volver a la madre
oh padre, quedas en mi rostro atrapado,
en mis dedos
—un niño detiene el globo terráqueo—
así te recuerdo, hermano, desubicado.
hoy encendí la vela de tu imagen
y la llama era un punto en el universo indiferente
una quemadura en mi frente que
escribe nuestro nombre