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La soledad del vampiro

y sueño que me llamo de algún modo*,
que de algún modo me nombran
y que por eso, debo existir,
y esa palabra dibujaría mi rostro,
sería entonces, tela de tu piel, cenicero de tu voz,
cueva oscura de tu sueño;
pero yo no me oigo, yo no me veo
cuando delante del espejo busco la verdad encarnada
de esta soledad que sí soy

estos signos que se retuercen en la página
buscan también la verdad del espejo
y solo encuentran la música lejana,
el eco de otros animales que gritaron antes,
y todo sucumbe ante un silencio austero
pleno como un desierto de sal

y sueño que me llamo de algún modo,
y que me vuelvo al sentirme nombrar
como aquellos hombres que miran ausentes
fuera de campo, de cámara,
—lo innombrable en su rostro lo dice—
unidos por el encuadre y el miedo
falso espejo del vacío es la palabra,
palabra seca que el poema derrama al oír mi nombre
fin del eco neurótico de la soledad
en esta piel,
en este animal


* de La canción del croupier del Mississipi, de Leopoldo M. Panero