repetía su palabra
como si con ella lo inventase todo
como si no pudiese existir sin ella
su palabra absurda
como la vida
y aparecía cada mañana en su ventana
abrasando unos ojos que siempre le mentían
y repetía su palabra al horizonte
como si con ella invocase al sol
como si la palabra o su sonido fueran
antes que nada
sortilegio
y el sol se duplicaba en sus ojos
se duplicaba en su palabra
y solo con ella comprendía
porque nada significaba aquella palabra
y balbuceaba como escarbando un idioma
como arañando un jardín
ya con los ojos cerrados
y el sol abierto en su cabeza
musitaba sobre el horizonte
moviendo las manos en los pájaros
perdiendo el equilibrio
haciendo de la ira gasolina
haciendo del absurdo de la vida
comedia dulce de la muerte
porque además del sí y del no
está la ausencia de disquisiciones
madre de toda indiferencia
como el viento que le rodeaba
para proseguir un viaje que no es tal
otro tanto el río
otro tanto la vida
y la palabra, otro tal
su absurda palabra lo comprendía todo:
viento, saliva, sol y melancolía
—enfermedad de quién tiene el sol metido en la cabeza—
girando como un motor
en la torre antes de la caída
ese segundo inútil que ilumina
sin buscar ningún sendero
por placer
por sed
por ira
ese momento inútil
que deja una palabra en la página absurda
o una huella en la memoria del espejo