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Prefieren la sombra


Prefieren la sombra a la presa,
esa es su debilidad
, dicen.
           Lo leo con fiebre y huesos rotos,
apenas respirando.

          Ni mayor ni menor prefiero la caza,
me inclino a encontrar la huida antes que
la puerta,
la frente rota en el cristal del poema que
el cómodo sillón de todo lo cierto,
olvidadiza de su existencia prefiero
la estela abandonada del avión en el cielo a su viaje, y
las mondas de la naranja roer por dentro
a su óptico sabor.

La sombra es dios1,
hombre que no existe, perdido en el aliento del otro lado,
vaho del alcohol, o humo de maría trasfigurado
en su propia entidad, sin nombre o rostro,
en las cenizas del maestro
arrojadas a un volcán inactivo, afortunado2,
—su voz resonando en los venosos tubos de lava—.

Toda la vida es sombra, proyectada, y como el río,
relampaguea bajo las hojas, siendo sin ser y
dejando en la piel un rastro, una baba
de caracol que no tarda en secarse, deformando la página.

Solo la noche la inunda
sin tocarla, en una oscuridad que
ni siquiera yo mismo podré explicar, más allá de la fuente,
del sol, o la mirada.


1 dios: del lat. deus, y éste a partir de la raíz indoeuropea dyeu-, luz diurna.
2 En la mitología griega, las Islas Afortunadas son el lugar donde las almas virtuosas gozaban de un reposo perfecto después de la muerte, equivalente al paraíso de otras tradiciones escatológicas. El lugar sagrado donde sus sombras (espíritus, fantasmas) han de pasar la eternidad. Se les atribuía una realidad espacial concreta, tradicionalmente identificada con la Macaronesia (Azores, Madeira, Salvajes, Canarias y Cabo Verde). Wikipedia. En el caso de este poema, el volcán afortunado es canario.

Creo recordar que el texto en cursiva (los dos primeros versos), generador del poema, lo recogí en La vida dañada de Aníbal Núñez, de Fernando R. De la Flor, pero no he sido capaz de volverlo a encontrar.