—a Leopoldo María Panero,
en cualquier aniversario que no importa
Leopoldo muerto sobre lava,
—así apareciste—
sobre la lengua de mi mano
y el cuerpo es nada sino una máscara 1, dijiste,
hecha de ceniza húmeda,
mas
¿qué es la palabra sino la púrpura antes de parar
cuando aún grita encerrada
buscando comprensión y aire,
cuando aún es húmeda como el sexo
cuando aún el volcán no se ha extinguido?
la palabra se la lleva el viento
como ahora se lleva la ceniza de un hombre
que en el aire se disgrega en cada una de sus esporas,
palabras son secreciones
hoy viniste a mi memoria, Leopoldo, sobre lava canaria,
como el barro de La edad de oro, o del lodo
donde se magrean los amantes;
no sé porqué,
sentí gratitud por tu destete de lo cursi
por la infancia restaurada en la escatología
por tu sucia boca que emporca el blanco burgués,
sentí gratitud por esa liberación
como un sapo revolcándose en el barro
salpica con un salto la blanca cara de la democracia,
tu cuerpo desnudo y pútrido apareció en el magma
negra, y pensé: esa es la esencia, el principio del poema
y el único fin, oh sentido,
tu vejez,
la tinta, la saliva, la piedra que rasga el tremor,
pues no otra cosa es el tiempo ni la vida
que ceniza
que consumación,
y no otra cosa el poema que un espejo pulido
en la piedra de mi mano
reflejando un cielo que no comprende
1 de Dos muertos en vida. Epitafio y sentencia para una democracia muerta, de Leopoldo María Panero.