Necesitado de la complejidad de un pensamiento,
de un fulgor en la sombra,
la sed conmueve el alma
en un rastro de ceniza perdido en la página,
príncipe del país de nunca jamás, destronado
del último beso de la madre.
Del acto de lectura
que retuerce el tiempo, como quién
arranca la hierba y huele cómo la vida se abre,
y que puede ser definida, brevemente,
como lo que atenta contra lo limitado,
extraigo ahora el alimento.
Bésame en los labios Gólgota, sujetando mi cabeza
y muestra la herida en el espejo,
que solo miente quien altera su sangre
ante el altar de una puerta que se abre a su infantil
e iniciático afecto.
Distancia ahogada soy
ante esa rosa demacrada en el reflejo que
no es ni será
cubo de basura de la memoria1.
Surgen las espadas. Huyen los pájaros de mi figura
y su rostro inventado que ya no recuerdo.
(solo en un lugar profundo y difuso de mi memoria
parece aparecer un ejemplar ilustrado de Peter Pan)
1 Del poema El canto de lo que repta, de Leopoldo María Panero..