Siempre escribo después de leeros, o
mientras os leo.
No sucede lo mismo con el alcohol o
la fiebre.
En la disposición a leer hay un abandono,
una seducción.
En la de escribir una necesidad, un arrobo.
Víctima y verdugo del placer,
es una continuidad la que a ti me une,
una conversación imposible en que ambos
somos hablados:
un espejo frente a otro,
ese vacío o esa inmensidad. ¿Somos
lo mismo?
Amontonados, entonces, unos sobre otros,
construimos un mundo sin piedra ni flor,
una suspensión pensante que,
como aceite sobre agua, se mueve,
se deja atrapar o escapa y que,
en su densidad,
parece vaticinar algo, saberlo todo.
Mientras escribo esto,
los pájaros del Cantus Articus de Rautavaara
se entremezclan con los de mi ventana,
apenas puedo separarlos, dialogan,
de la misma forma que el océano de
Solaris, de Tarkovski, en vuestras páginas,
aflora mis pensamientos y duelos.
Todo es uno y lo mismo, retroalimentación.
C’est toujours le même chose.