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Escolio

—a Antonin Artaud



arrebatado y loco, despeinado
—y digo loco no con desprecio ni distancia
sino por claridad, por ver demasiado sin los ojos,
por ser quemado por el sol
por la luz que parte los objetos,
las personas, los pensamientos,
la luz desde el centro mismo del conocer
que ni siquiera es tal, sino ser
simplemente ser, y estar,
haber caído en algún momento
en la boca de la vida
y haber sido digerido,
descompuesto y defecado
como objeto, persona o pensamiento,
loco que se resiste a ser recompuesto,
traducido, transportado,
loco que supera su cuerpo,
que no ve en él más que un estorbo,
un límite un corsé,
loco del poema, quizá su único espejo
su forma de tener forma
su legítimo traductor,
tu movimiento hiperbólico
tu pensamiento desquiciado
como una puerta girando en la corriente del océano
que todo lo bebe y escupe
que todo lo chupa y refleja
toda la hierba del ser enredada en tus manos
toda tu baba floreciendo
todo tu semen dispersando
voz del abismo ciego de tu boca
gritos de gaviotas contra el mar de tu alma,
que el poema exceda la forma
que el grito exceda el cuerpo
que tu nombre aparezca fusilado en cualquier muro
estantería o premio,
que la verdad del ser arrebatado es la muerte
y quizá antes el poema, ser en esencia
loco, despeinado,
regurgitado—