—a Leopoldo María Panero
por la posibilidad de ser
el dulce odio que tú me enseñas a
derramar desde mi cáliz,
cae a mis pies en pétalos rosas
sobre ellos, seco,
me recuesto cada noche
y sobre ellos duermo
como brasa de una fiesta que no acaba;
y en el sueño te veo, viejo,
meando en una esquina con la boca abierta,
el cáliz, la corona el vino
el poema
jamás desaparecerá esa mancha
ni del papel ni de la acera
como desaparecieron tu sangre y tu carne
en el fuego de un funcionario.
solo tu palabra quema la conciencia
el dulce odio que tú me enseñas,
los fragmentos en que nos separan,
el grito del cuervo cuando llama
la extraña danza de cada noche,
el humo en que viaja
la ceniza febril
el poema es ordenar el odio,
la isla resonante solitaria de mi cráneo
el murmullo de las tripas vacías
la navaja cargada de tinta roja
escribir la hostia
de una nueva religión
la reina letizia inaugura el curso escolar,
dice un periodista.