Nuestro corazón se alegrará cuando estemos
heridos, porque será un buen signo.
San Ambrosio
mi corazón sobrenada,
camina el crisol del rocío
deshecho,
y ya no siento el peso de esta máscara
de estos huesos razonables de mi cuerpo
que ya dejaron de apretar
mi herida
mi alma
la forma por que me conocen
—oh lejana piel de mi infancia olvido—
es un diálogo de bocas, espuma de miradas
que cubren mi nombre con su abrigo,
afilado anonimato es el poema
y
un buen signo es la sucia palabra
que muestra
una herida que se comparte como sangre
un techo que no se hunde
mi corazón se alegra
travestido de hombre, de mujer,
no,
mejor de nada
pues nada soy en este pesar
—y nada quiero ser—
y ya el cielo puede derrumbarse
si no me elevo sobre la palabra
después que caen de mi boca
los días, las heridas
y la costra
ya no sé hablar,
creo que ya no sé hablar,
y me digo a mí mismo:
soy un mudo testigo de la mañana,
soy un bello testigo del día que acaba
y siento la luna arder sobre mi pecho
escribo bajo el deshacer
de la utopía