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Imagen | Arquitecturas

Cada edificio es una unidad, un bloque, un monolito eterno que me hace olvidar su oquedad. Su orgullo erecto es un eco de piedras que vi en el campo. Es naturaleza inteligible.

Hay un tiempo encerrado en sus muros, y otro, diferente, corriendo delante de ellos, reflejado en sus cristales. Yo paseo en este tiempo, afuera, y la inmutabilidad de su piedra me desconcierta como una ola que no termina de arrollarme.

Parado, quieto, delante de su rostro indiferente, la mirada se petrifica.